ISSN 1995 - 7785 | Año 32 | Noviembre 2023 | Vol. 2

Editorial


Irene Vallejo en su reciente libro “El infinito en un junco” aborda la historia de los libros y con ello el cambio en los instrumentos de transmisión y preservación del saber y la cultura a lo largo del tiempo. Se trata de un texto que nos ilumina y nos ayuda a comprender el proceso de transformación que estamos atravesando. 

En su relato, Vallejos recorre el largo, sinuoso y complejo ingreso de la escritura como medio de expresión, transmisión y conservación de la cultura. En una de sus páginas rescata el pensamiento de Sócrates (a través de los diálogos de Platón) en el que el filósofo le dice a Fedro Dios de Egipto “Es olvido lo que producirán las letras en quienes las aprendan al descuidar la memoria, ya que fiándose de los libros, llegarán al recuerdo desde fuera. Será por tanto la apariencia de la sabiduría, no su verdad, lo que la escritura dará a los hombres, y, cuando haya hecho de ellos entendidos en todo sin verdadera instrucción, su compañía será difícil de soportar porque se creerán sabios en lugar de serlo”. 

De este modo expresaba Sócrates, un intelectual de la palabra, su resquemor ante el advenimiento de la nueva era que se iniciaba con la escritura y que se completó siglos después con la invención de la imprenta que entronizó la ilustración y permitió el despliegue de la modernidad. La lectura de este relato nos permite visualizar un proceso de transmutación cultural que se produce a partir de una síntesis de lo nuevo con lo ya instituido. La escuela tradicional se sirve tanto de texto escrito como de la palabra del docente. Una síntesis exitosa con la que “casi” se logró universalizar el acceso a la cultura moderna. 

Hoy transitamos, a un ritmo extremadamente acelerado, un cambio de era tan profundo como el que pasaron las sociedades ágrafas con la incorporación de la escritura que generó resistencias como la expresada por Sócrates. Las sociedades y sus instituciones desarrollan estrategias diferentes para “enfrentar” o “asimilar” lo que se viene. En el momento que atravesamos todas las instituciones de la modernidad luchan para mantenerse a flote en una balsa que comienza a hacer agua. 

Si bien existen muestras de el “rechinar” entre lo instituido y lo que emerge en todas las dimensiones de la vida social, en este breve texto nos queremos referir a lo que empieza a verse en el campo de la educación escolarizada. Sabemos que la escuela es la institución más exitosa de la modernidad, creada a la luz de la ilustración y destinada a incorporar al conjunto de la población a su concepción del mundo y con ella a los valores, los saberes, los modos de vida y, en definitiva, a la configuración moderna de la cultura. 

Hoy el avance de “la era digital” provoca en el campo escolar una reacción que, sólo en contadas ocasiones, opta por la incorporación y adaptación de lo que viene para mantener la presencia escolar como institución destinada a incorporar a las nuevas generaciones al intercambio de la sociedad. Quienes están en esta posición empiezan a pensar otros modos de organizar la práctica escolar y superar el corsé del currículo enciclopedista, la práctica de la exposición del docente y la figura del alumno receptor. Hay experiencias de países, de redes de escuelas en todo el mundo y solitarias instituciones que han avanzado en este sentido. 

Sin embargo, lo que en general cunde es un amago de defensa y ataque que se expresa en la reivindicación del modelo escolar original pero con una atenuación de las exigencias para los alumnos -en la versión populista- o, por el contrario, un reclamo de mayores exigencias -en su versión más conservadora- o, en su expresión más extrema, un llamado a la prohibición de los celulares en las instituciones escolares, que es casi como intentar evitar que el cambio cultural suceda en el interior de las instituciones. En la versión original la construcción de muros para separar la escuela de su afuera tenía el propósito de impedir el ingreso de la cultura popular, del saber vulgar y preservar la versión moderna y científica del mundo, hoy tiene el propósito de preservar a sus alumnos de la tentación digital. 

No es posible, y tampoco recomendable, hacer de los sistemas educativos redes anticulturales que actúen como invernaderos protectores de un mundo que ya fue con el solo fin de no poner en cuestión la pertinencia de sus referencias científicas y epistemológicas. No es posible mantener la relevancia de su función cultural si no se sacude la tradición y aprende qué y cómo enseñar para un mundo digital. 

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