Quienes trabajamos de un modo u otro en el campo educativo, atravesamos una situación decididamente compleja. Por una parte, todas las instituciones que fueron creadas para sostener y reproducir el orden moderno, de las que la escuela es una pieza fundamental, están pasando por el terremoto del cambio cultural. Por otra, y no menos importante, el propio país camina por un terreno agrietado donde convergen diferentes posicionamientos que se piensan a sí mismos como portadores de una verdad definitiva sobre qué orientación darles a las políticas del sector.
Tenemos entonces, una primera tensión, entre quienes piensan que los problemas que hoy afectan a la escuela se deben a que con el tiempo y las diferentes orientaciones políticas se han ido perdiendo las características originales de la escuela y, por lo tanto, lo que deberíamos hacer es volver a la institución de principios de siglo pasado.
O, quienes ocupan el otro término de esta tensión, que consideran que estamos en los albores de un nuevo mundo, y que somos una generación que tenemos la buena o mala suerte de protagonizar el desafío de encontrar los caminos adecuados para su navegación. En este grupo están trabajando en base a preguntas de no fácil respuesta como son: ¿para qué mundo educamos? ¿Cómo son hoy los sujetos que deben ser educados? ¿Qué se requiere para abordar el conocimiento a través de la tecnología digital? Y muchas más que se inscriben tanto en la preocupación por el legado que le dejamos a los que vienen como en la fascinación de descubrir lo que vendrá.
La segunda tensión está dada por los posicionamientos políticos ideológicos que siempre se juegan en el espacio educativo. En esta disputa se rescatan antiguas y nuevas políticas que caracterizaron la acción de uno u otro partido. Se señalan errores, se tergiversan datos y finalmente todo queda en una querella que no lleva a ningún puerto. Por supuesto, esta instancia de conflicto está también atravesada por la anterior.
Sea cual sea el lugar que cada uno ocupa en este último grupo de tensiones, la revista está abocada a aportar elementos para dar respuesta al primero de los nudos problemáticos. No es nuestro lugar la participación en rencillas partidarias.
El tratamiento de la encrucijada cultural nos parece el lugar y la preocupación que nos corresponde atender por nuestra pertenencia al espacio académico. De modo que son las preguntas que enunciamos párrafos atrás las que nos convocan y que esperamos atender desde nuestras páginas.