Sandra Lancestremère
Desde el regreso a la democracia a mediados de los años ’80, la política educativa hacia el nivel superior se propone la inclusión en la distribución del bien educativo. Pero la dinámica de la fragmentación opera de manera particular sobre la reproducción y reconfiguración de antiguas y nuevas formas de desigualdad, ya que puede pensarse que es a la vez producto y causa de una forma de organización cada vez menos sistémica (Tiramonti, 2004). De hecho, la relación inclusión-exclusión, base y objeto de buena parte de las políticas contra la desigualdad, debe plantearse de manera diferente en un marco de fragmentación que, caracterizada por una lógica no sólo excluyente sino ciertamente segregativa, cierra sobre sí a los fragmentos en el ámbito de las instituciones educativas de los niveles obligatorios, primario y secundario.
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